martes, 13 de mayo de 2008

Gian Lorenzo Bernini, scultore (Parte II)

Después de la primera parte, continuamos esta visita virtual sin abandonar la Galería Borghese. Es el turno del grupo Plutón y Proserpina, realizado entre el 1621 y el 1622. De nuevo encontramos temática mitológica, acorde con el primer periodo creativo del escultor, y de nuevo es un dios el que rapta a una sufrida joven de su morada terrenal, en este caso, para llevársela a las profundidades del Hades, el infierno griego.

Plutón y Proserpina (1621-1622). Roma, Galería Borghese.

Los conocimientos que Bernini adquirió sobre la anatomía humana le proporcionaron la capacidad necesaria para transmitir al mármol la tensión de los diferentes grupos musculares con un increíble realismo. En la siguiente imagen se muestra el detalle más admirado de esta obra, el más enfocado por los objetivos de expertos y turistas de todo el mundo, que nos servirá para explorar la delicada sensualidad que Bernini imprimía a todos sus trabajos.

Plutón y Proserpina (1621-1622). Roma, Galería Borghese. Detalle.

Cada detalle de un complejo escultórico revela al espectador el universo de sensaciones que envolvían al artista en el momento mismo en el que ejecutaba la obra. Aquí imaginamos un Bernini pletórico, embebido en ese éxtasis que invade la conciencia del escultor cuando se siente dominador de la piedra, convirtiendo el frío mármol en pura carnosidad; casi puede imaginarse la mirada del genio inflamada por una chispa de concupiscencia al hacer que las manos de Plutón se hundieran vigorosamente en los muslos de la joven Proserpina. El efecto que consigue es impresionante, pura sensualidad y erotismo en el marco de una escena que, sin embargo, narra la historia de un rapto brutal y descarnado.

Tanto o más brutal resulta el primer encuentro con el busto del Anima Dannata (o alma condenada), que se conserva en la embajada de España en Roma. Forma parte de un conjunto de dos bustos alegóricos en los que Bernini representó dos estados de ánimo diametralmente opuestos: por un lado el de la paz de espíritu que expresa el gesto del Anima Beata (alma salvada), y por otro, la ira que se desprende del gesto convulso del Anima Danatta (imagen inferior), sabedora de que ha sido condenada a vagar eternamente por los áridos parajes del infierno. En esta ocasión nos centraremos en ésta última, ya que a mi entender es más interesante desde el punto de vista artístico.

Anima Dannata. Roma, Embajada de España. Detalle.

Este busto se nos antoja como el ensayo de una mueca ante el espejo, un estado de ánimo inmortalizado sobre el blanco del mármol. Representa un sentimiento de convincente realismo dramático, casi teatral, que sobrecoge al espectador hasta el punto de que - si se sitúa en la trayectoria visual del busto - puede llegar a creer que lo que enerva su gesto ocurre efectivamente a sus espaldas. Resulta imposible no escuchar un grito ahogado en su boca de mármol.

En su madurez, Bernini abandona la temática mitológica y se inspira en temas propios de la religión cristiana. Un bello ejemplo lo encontramos en la Beata Ludovico Albertoni, que podemos contemplar en la iglesia de San Francesco a Ripa, de nuevo en Roma. Es una escultura muy similar al archiconocido Éxtasis de Santa Teresa que Bernini talló entre los años 1645 y 1652 para la también romana Iglesia de Santa Maria della Vittoria.

La Beata Ludovico Albertoni (1671-1674). San Francesco a Ripa, Roma.

La escena describe el trance místico de la beata en un contundente poema de luces y sombras. Esta obra nos ayudará a comprender la importancia que para Bernini tuvo el dramatismo potencial de la luz sobre la estética de su escultura. Una fuente invisible parece iluminar el cuerpo de la beata. Las luces y las sombras que dibuja la luz entre los dobleces de su hábito pétreo imprimen a la obra un dinamismo y una agitación que no son ni más ni menos que la expresión del estado de trance propio de la experiencia mística. Casi desde su creación, esta magnífica escena se ha visto envuelta en una apasionante polémica que ha llevado a los teóricos de la historia del arte a defender dos posiciones opuestas acerca de la intencionalidad del artista: por un lado, los ortodoxos mantienen que la patente exuberancia de la escena manifiesta tan sólo un nirvana místico fruto de la comunión completa con el alma de Dios; sin embargo, los heterodoxos mantienen que el propósito real de Bernini fue transmitir al observador una sensación de erotismo velado.

Nosotros nos decantaremos aquí por una tercera vía. Para captar el significado de una obra de arte, basta con limpiar de prejuicios los cinco sentidos y dejarse llevar por los efectos que su belleza causa sobre nuestra mente y nuestro cuerpo. Aquí observamos a una joven de rostro delicado, ligeramente incorporada sobre un lecho de sábanas desordenadas, con las manos sobre el pecho, buscando una respiración entrecortada; sus párpados están relajados con dulzura, al igual que sus labios, sensuales y entreabiertos, como si quisieran liberar una profunda expiración de bienestar… Intencionada o no, lo cierto es que, ante todo, esta escultura despierta un sentimiento de trémula sensualidad. Los creyentes no deben encontrar en esto una intención sacrílega contra la pureza de la beata. El trance espiritual ha sido descrito por todas las culturas como una experiencia sobrenatural en la que las puertas de la percepción se abren de par en par a una realidad en la que los sentidos se han despojado de sus cadenas racionales. En cierto sentido, el éxtasis es un clímax espiritual, tal y como lo describe Santa Teresa de Jesús, y es por esto que no resultaría extraño que, en aras de transmitir con fidelidad dicha emoción, Bernini se inspirara en lo más cercano al trance que puede experimentar el ser humano sin intervención de agentes externos, que no es ni más ni menos que el clímax sexual, el inefable placer de los sentidos al saberse en comunión total con otro ser humano…


Salvator Mundi (1619 aprox.) Roma, Convento de San Sebastián Extramuros. Detalles.

Sobre éstas líneas se muestra la última obra que realizó Bernini antes de su fallecimiento, en 1680. El busto del Salvator Mundi nos presenta una imagen de Cristo sobria y contenida, que hoy día ha sido interpretada como la actitud de calma y resignación de Bernini ante la muerte. Y es que, en Bernini, incluso la muerte imita al arte.

Con esto ponemos punto y final a nuestro recorrido por la obra escultórica de Bernini, auténtico caleidoscopio de emociones congeladas sobre luces de silencio y mármol. Después de esta primera toma de contacto con el mundo interior de éste artista genial, tan sólo queda animarse y hacer una escapada a Roma para admirar estas maravillas in situ. ¡Ánimo!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No conocía esta escultura de la Beata, es verdad que no tiene nada que envidiar al Éxtasis de Santa Teresa. Espero tenero ocasión de volver a Roma para ir a verla en directo.

Anónimo dijo...

Hola me llamo yo y tengo unos pocos muchos años. Me gusta mucho mucho "Putón y Peripitina"
Adios

daniel espinoza dijo...

gracias por tu publicación, llegue a el buscando información sobre erotismo, de ahí me llevo a bernini y bernini me llevo a tu blog...quede impresionado por la imagen de detalle por esos dedos undidos en esa carne de marmol, encontre es erotismo mismo esa imagen.

saludos...y espero estar alimentando tu blog

Anónimo dijo...

excelente, me encanta la sensibilidad de tu análisis.