jueves, 25 de diciembre de 2008

La "trés triste histoire" de Carlos VIII de Francia

En esta nueva entrada de “Momentos de la Historia” analizaremos el apasionante enfrentamiento dinástico que involucró a todos los hombres fuertes de la Europa de finales del siglo XV: la primera Guerra de Italia.

Por aquel entonces el Mezzogiorno italiano (el llamado “Reino de las Dos Sicilias”, que abarcaba tanto a la propia Sicilia como el sur de la Italia peninsular, desde Nápoles hasta el estrecho de Messina) era el objeto de deseo de las potencias europeas. Sus recursos agrícolas, así como su posición estratégica en el centro del Mediterráneo, hicieron que durante la Edad Moderna las Dos Sicilias estuvieran muy presentes en las ambiciones políticas de los soberanos del viejo continente.

Las principales potencias del momento eran, por una parte, el tándem formado por los reinos de Castilla y Aragón, con Fernando el Católico como garante de la prevalencia aragonesa en el Mediterráneo, y por otro lado el reino de Francia, con Carlos VIII a la cabeza. Éste último será el protagonista de nuestra historia.


Fernando II de Aragón, llamado “el Católico” (arriba) y Carlos VIII de Francia, llamado “el Afable” (abajo), los hombres fuertes de Europa a finales del s. XV.


La corona de Aragón dominaba Sicilia desde 1282 con un modelo llamado Reino Pactionado (Sicilia pasa a formar parte del Reino de Aragón voluntariamente y a cambio mantiene una fuerte autonomía institucional); sin embargo, no sería hasta 1442 cuando Alfonso I el Magnánimo (Alfonso V de Aragón) se haga con el control del Reino de Nápoles (a costa de Renato de Anjou, cuya casa noble regía los designios de Nápoles por aquel entonces), estableciendo allí una corte renacentista que rivalizaría en esplendor con la de los Medici en Florencia.

Así, a la muerte de Alfonso el Magnánimo en 1458, el reino de Aragón controlaba la mitad sur de Italia, incluyendo los territorios insulares de Sicilia y Cerdeña. Nápoles pasa a su hijo bastardo Fernando y la dominación aragonesa sobre el sur de Italia se mantiene durante algunas décadas más.


La Corona de Aragón en 1443, bajo el reinado de Alfonso V el Magnánimo. El imperio comercial aragonés controlaba prácticamente todos los territorios insulares del Mare Nostrum, llegando incluso hasta Grecia (Ducados de Atenas y Neopatria) en su periodo de máxima expansión. El poder aragonés en el Mediterráneo occidental era casi absoluto.

Nos situamos ahora en el año 1494. El rey Fernando de Nápoles fallece en sus dominios. En la corte de París, Carlos VIII, rey de los franceses, lo celebra. Ha fijado su objetivo en el reino de Nápoles, y está dispuesto a coronarse rey a cualquier precio. Su legitimidad se basa en su parentesco con el anteriormente citado Renato de Anjou, derrocado por Alfonso V el Magnánimo. Desde su punto de vista, la Casa de Aragón es una usurpadora del trono; el sur de Italia ha de regresar a manos francesas. Además, se suponía que dichas intenciones eran bien vistas por el Papa Alejandro VI (el español Rodrigo de Borja).

Rodrigo de Borja (italianizado como Borgia), Sumo Pontífice bajo el nombre de Alejandro VI (1492-1503).

Sin embargo, a la hora de la verdad, Alejandro VI no accede a coronarle; el insaciable Papa Borgia tenía otros planes muy distintos para el Reino de Nápoles: concedérselo a Alfonso de Aragón (Alfonso II de Nápoles), con vistas a situar el territorio bajo su órbita familiar. Ante esto, y cansado ya de las lentas vías diplomáticas, Carlos VIII decide imponer su voluntad por la vía militar: se ceñirá la corona con la ayuda de las armas. Sin embargo, no iba a ser tarea fácil: el ejército galo debía penetrar en Italia por tierra, y eso suponía cruzar la península de arriba abajo a través de las repúblicas y principados que conformaban el complejo puzzle político italiano. Por suerte (a excepción de los Estados Pontificios) el norte de Italia simpatizaba con las intenciones de Carlos VIII (debido al predominio de las familias güelfas, aliadas tradicionales de Francia).

El paso natural a través de Francia era Milán, donde, casualmente, Ludovico Sforza había dado un golpe de estado con la pretensión de convertirse en el nuevo duque. Para que el título ducal tuviera validez era necesario que un noble de mayor rango reconociese al pretendiente (esto es, necesitaba una especie de avalista o padrino, por ejemplo, un rey, o preferentemente el emperador de Sacro Imperio). Carlos VIII ve clara su estrategia: promete (recalcamos, tan sólo promete) a Ludovico reconocerle como duque de Milán siempre y cuando éste le facilitara el paso a Italia a través de Lombardía. Ludovico acepta y el ejército de Carlos pone rumbo a Nápoles con treinta mil hombres. Aquí es donde nuestro protagonista comete su primer error estratégico: con las prisas pospone la coronación de Ludovico para su vuelta, acción que, como veremos, le costará muy cara.

Ludovico el Moro, el que sería mecenas de Leonardo da Vinci en la corte milanesa, permitió el paso de las tropas francesas a través de Lombardía en el año 1495.

A su paso por el Lazio, y como castigo a Alejandro VI (que no quiso reconocerle como legítimo rey de Nápoles ante la alternativa de Alfonso II de Aragón) saquea Roma, obligando al Papa a refugiarse con su guardia personal en el Castell Sant Angelo. Segundo error: Carlos VIII no somete completamente al Papa. Este punto será importante para el desenlace de nuestra historia, pero no nos detengamos ahora aquí: poco tiempo más tarde, Carlos VIII llega a Napoles y consigue por fin coronarse como legítimo rey de la Sicilia citerior.

Castell Sant Angelo en Roma, antiguo mausoleo del emperador Adriano y plaza fuerte donde los Papas se refugiaban en caso de peligro.

Lamentablemente para los franceses, los errores de Carlos VIII en su alocada carrera por la conquista del Mezzogiorno no tardarían ni siquiera un año en pasarle factura. Repasemos sus fallos estratégicos:

- Dijimos que para entrar en Italia había prometido a Ludovico Sforza el reconocimiento como duque de Milán. Sin embargo, las prisas por la toma de Nápoles habían hecho posponer la coronación ducal hasta su regreso. Ludovico sospecha de Carlos: corren los rumores de que el duque de Bretaña es el que será nombrado finalmente duque de Milán, y no Ludovico. Por si fuera poco, el Papa Alejandro VI (al que encontremos siempre detrás de todas las insidias y conspiraciones de su época) informa a Ludovico de que el rumor es cierto (en realidad probablemente carecía de dicha información, aunque la difunde como cierta haciendo gala de su maquiavelismo). Así, Ludovico es investido como duque por el emperador alemán y retira su apoyo a Carlos, pasando a ser ahora su enemigo.

- El segundo error fue no someter al Papa por completo. Simplemente lo dejó recluido en el Castell Sant Angelo, y así, Alejandro VI , fiel a su estilo, comenzó a conspirar contra Carlos y a reestructurar la ley de alianzas en Italia (valga como ejemplo el caso de Ludovico Sforza).

- Por si fuera poco, la sífilis hizo estragos en el ejército francés, dejándolo sin la mitad de sus efectivos.


Espiroqueta “Tremonema Pallidum”, bacteria responsable de la infección por sífilis (ETS). La primera epidemia europea de sífilis fue sufrida en Italia por los efectivos del ejército de Carlos VIII; murieron la mitad de sus hombres. Por eso en Italia era conocida como “mal francés”.

En el año 1495 todo el norte de Italia es hostil a Carlos, y por tanto los franceses se quedan encerrados en Nápoles: el Papa y Ludovico cortan el camino de regreso a París. Por si fuera poco, Alejandro VI había convencido a Fernando el Católico para que interviniese en el conflicto. Así, en julio de ese mismo año, todos arremeten contra Carlos: Ludovico ataca a los franceses por el norte, al igual que el Papa, y los ejércitos aragoneses (comandados por el Gran Capitán) atacan Nápoles por mar desde Sicilia (que recordamos era patrimonio de la corona de Aragón). A todo esto debemos sumar los estragos causados por la sífilis.

El despropósito final lo encontramos en la huida desesperada de Carlos a Francia: puesto que Lombardía le era hostil, se ve forzado a emprender la retirada por el este de Italia, cuyos territorios pertenecían a la República Marítima de Venecia. Los venecianos deciden aprovecharse de la delicada situación del monarca galo: permitirían su paso a través del Véneto, sí, pero a cambio de la devolución de ciertos territorios que la monarquía francesa poseía en el norte de Italia. El trato era demasiado humillante como para que Carlos lo aceptase, así que los venecianos, lejos de permitirle el paso, le declaran la guerra: el 6 de Julio de 1495 Carlos VIII se enfrenta a una coalición italiana en la batalla de Fornovo. Pierde el poco ejército que aún le quedaba y finalmente huye a Amboise, su ciudad natal, en la cual fallecería pocos años más tarde debido a un accidente palaciego, aún hoy sin aclarar.

Castillo de Amboise (Indre-et-Loire, Francia), lugar de nacimiento y muerte de Carlos VIII. En él también se encuentra la tumba del genio del renacimiento Leonardo da Vinci.

Y así termina la “trés triste histoire” de Carlos VIII, conocido por su pueblo como “el Afable”. El destino a veces tiene reservado un camino trágico para los hombres, incluso para los que ciñen coronas de reyes. Esperamos que esta nueva entrega de “Momentos de la Historia” haya sido de vuestro agrado y, puesto que hoy es 25 de diciembre, ¡os deseamos una Feliz Navidad a todos!