Después de un largo y merecido receso veraniego, vamos a comenzar ésta temporada analizando algunos aspectos interesantes de una de las obras pictóricas renacentistas por excelencia: La Escuela de Atenas, del genial pintor italiano Rafael Sanzio. Se trata de un mural de considerables dimensiones (aproximadamente 39 metros cuadrados) pintado al fresco e ideado como mural decorativo de una de las estancias papales de los Palacios Vaticanos, concretamente la Cámara de la Signatura.
Es sabido que durante la época del renacimiento, y especialmente en Italia, hubo un retorno al interés por la cultura greco-romana. Así, en La Academia, encontramos formas arquitectónicas típicas tanto de las Termas de época Imperial (Termas de Caracalla) como del propio renacimiento (algunos estudiosos señalan influencias de las construcciones del arquitecto y amigo de Rafael, Donato Bramante), que en cualquier caso sirven como excusa para el desarrollo de una brillante perspectiva típicamente renacentista. La arquitectura monumental se dispone de tal forma que el mural muestra una potente sensación de profundidad que nos guía por las bóvedas artesonadas del edificio hasta un fondo a cielo abierto, un azul que proporciona una luz extra a la escena y que, además, destaca las figuras de los dos personajes principales (que se hayan estratégicamente centrados en el punto de fuga de la composición frontal, lo que unido al ya mencionado fondo azul cielo, invita irremediablemente al observador a focalizar su atención en las figuras centrales).
Otra característica típicamente renacentista es el tema de la obra. La idea de Rafael fue reunir bajo un mismo techo a los representantes más destacados de la filosofía, la ciencia y las artes de la Antigüedad, como merecido homenaje a la investigación racional de la verdad. Podemos ver en la parte izquierda a un grupo de filósofos con Sócrates marcando con los dedos silogismos ante un grupo de jóvenes, entre los que se distingue acaso a Alejandro Magno con casco y armado. Abajo otro anciano, acaso Pitágoras, escribe números sobre un grueso volumen mientras un joven sostiene ante él una tabla. El grupo que se encuentra en la esquina inferior derecha está reunido en torno a un hombre que bien pudiera ser Arquímedes o Euclides, inclinado hacia el suelo para explicar algún asunto geométrico con la ayuda de un compás. Diógenes aparece derrengado sobre las escaleras, en clara alusión a su actitud filosófica, antimaterialista e incluso en ocasiones antisocial. Aunque no se vea claramente debido al tamaño de la fotografía, abajo, en el lateral derecho del mural, aparece un autorretrato del autor. Invitamos a los lectores a investigar la identidad del resto de los componentes de la composición.
El centro didáctico de la escena (que como ya dijimos, coincide con el punto de fuga geométrico), se haya ocupado por los máximos exponentes del saber de la Antigüedad. Estos personajes principales no son otros que Platón (izquierda) y Aristóteles (derecha). Su imagen ampliada se muestra a continuación.
El propósito fundamental de ésta entrada es el análisis de la simbología que esconden estos dos personajes, de cara a una mejor interpretación del conjunto de la obra. Platón, a la izquierda, más viejo, sostiene un volumen de su obra El Timeo, una de las más influyentes en la historia de la filosofía occidental, en la que expone de manera magistral su visión sobre el origen del universo, la estructura de la materia y la naturaleza humana. Su rostro no son meras facciones idealizadas; Rafael quiso hacer un homenaje al intelectual más importante de la época, y por ello la cara de Platón no es otra que la de Leonardo Da Vinci, el genio renacentista por antonomasia. Por su parte, Aristóteles (izquierda), apoya sobre su pierna un ejemplar de su Ética.
La posición de las manos por parte de ambos filósofos no fue una cuestión dejada al azar por el pintor italiano; es cierto que imprime, si se quiere, un efecto dinámico a los eruditos que enfatiza la sensación de un caminar lento, peripatético, un paso reposado a través de la nave en la que se intuye un diálogo impagable. Pero más allá del efecto escénico, la posición de las manos hace referencia a una cuestión mucho más profunda y simbólica: Platón dirige su dedo hacia arriba porque apunta a su fuente suprema de inspiración, el mundo de las ideas, la metafísica platónica que se desarrolla en un estadio superior al de las meras formas de la apariencia. Por su parte, Aristóteles señala con la palma abierta hacia el suelo, que simboliza la realidad física, pues toda su filosofía se fundamenta en experiencia como origen necesario del conocimiento humano.
Por tanto, la aparente casualidad en la posición de las manos esconde una velada alusión al versus por antonomasia de la filosofía occidental: experiencia versus trascendencia.
1 comentario:
¿Es Rafael entonces el que está a la izquierda del hombre con túnica blanca?
Con esta entrada me has refrescado mis clases de filosofía del colegio. ¡Lástima que no recuerde esta pintura de cuando visité el Vaticano! Ese día parece que sólo teníamos ojos para la Capilla Sixtina... Lo que hace el no saber... Pero después de esto, tendré que volver por Roma... Quiza aproveche que está mi prima de Erasmus, jejeje...
Muchas gracias Nacho!!
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